miércoles, 3 de octubre de 2007

El detective mutilador - Parte 3


Aquel sueño había interrumpido la búsqueda de una nueva víctima. Volvió a sumergirse en la maraña que formaban los archivos de los clientes. Miraba datos que, según su punto de vista, eran relevantes: estados civiles, profesiones, direcciones, teléfonos,… y, sobre todo, los niveles de morosidad. Tras rebuscar un buen rato, dio con una ficha interesante; la de Juan Rodríguez Mohín. El detective Carrasco indagó en su memoria hasta recordar su caso. Un hombre desesperado, obsesionado con su trabajo de bibliotecario, engañado por su mujer, abandonado por sus hijos. Un caso bien resuelto y mal pagado. Había llegado el momento, pensó Carrasco, de ajustar cuentas. Abrió el cajón de su escritorio y extrajo un pequeño neceser marrón. Se encendió un cigarro y, dando un portazo, salió de su despacho.


El día prometía ser duro y caluroso. Carrasco en su Simca 1000 se sentía a gusto. No tenía aire acondicionado pero la sensación del viento en su cara, cuando bajaba las ventanillas, era muy gratificante. Prefería pasarse el día en el coche que en una biblioteca, pero el trabajo, era el trabajo. Aparcó frente a la biblioteca y apagó el motor. Se quedó sentado observando las calles. A esas horas no había casi nadie. Era un sitio bonito, con mucho verde y las aceras limpias. Parecía un lugar mágico, apartado de la miseria de la ciudad, pese a encontrarse en medio de ella. Abrió el neceser marrón. De entre todos los objetos metálicos de tortura, extrajo unas pequeñas tijeras. Tras probar que funcionaban bien, se recortó el bigote frente al retrovisor central. Últimamente había descuidado su higiene personal, pero siempre le gustaba tener el bigote perfecto. Miró su reloj de cadena y salió del coche. Sin lugar a dudas, era un bonito día para matar. Sin prisa subió las escaleras de la biblioteca. Se acercó al portón y lo abrió. Una corriente de aire frío salió del interior del edificio. El detective Carrasco experimentó una rara sensación de incomodidad. Se introdujo en el frío lugar y su vista tardó unos segundos en adaptarse a la luz del interior. Era una biblioteca antigua, pero de lo más corriente: Mesas para leer y estudiar, y filas y filas de estanterías con libros. Al fondo a la derecha logró distinguir el mostrador principal. Se fue acercando y contempló como, detrás del mostrador se hallaba su víctima. Lo recordaba más delgado. Ese hijoputa era una especie de mezcla entre morsa y hombre. Al verle, la morsa se echó a temblar.

No hay comentarios: